viernes, 15 de abril de 2011

Isidora Aguirre Los reestrenos de La Pérgola de las Flores ya no me emocionan

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Martes 8 de Marzo de 2011


Isidora Aguirre murió un mes antes de cumplir 92 años. Se fue sin su merecido Premio Nacional.
Foto:EFE

A los 91 años, con su salud quebrantada pero su intelecto incólume, murió una de las principales dramaturgas chilenas del siglo veinte.
Por MARIA CRISTINA JURADO

Más de un millón de chilenos han gozado y sufrido con La Pérgola de las Flores, que Ana González y Silvia Piñeiro, dos íconos del teatro, elevaron con su actuación a la categoría de estreno indispensable en 1960. Tanto logro se apoyó en la música del compositor Francisco Flores del Campo, autor de las canciones que hasta hoy, después de cincuenta años, resuenan en el inconsciente colectivo.



22 diálogos con íconos de la cultura contiene "Creadores contra viento y marea".




3La dramaturgia de Isidora Aguirre marcó la escena teatral del siglo veinte en Chile. "La pérgola de las flores" congregó a más de un millón de espectadores.









Foto:RENÉ COMBEAU

Pero el fenómeno de una comedia musical transformada en bien nacional -como lo llama su autora- se debe fundamentalmente al talento y visión de una aguerrida mujer que hace rato debió haber recibido el Premio Nacional de Arte en su categoría. Isidora Aguirre Tupper acaba de cumplir 91 años y, aunque ya no puede dar vueltas por su departamento del barrio Salvador con la agilidad de hace unos años, conserva su lucidez y su memoria:

-Para mi cumpleaños, el 22 de marzo, me hicieron una fiesta fantástica en el Mesón Nerudiano. Se juntaron cien personas y habló mucha gente. Me emocionó que estuvieran mis cuatro hijos, Trinidad y Pilar Carmona y Peter y Carol Sinclair. Con ellos y con mis ocho nietos y doce bisnietos son con quienes yo más convivo, ahora están de vacaciones en Cozumel. Por mi cumpleaños también hubo un homenaje en la Universidad de Santiago. Pero ¿sabes? Yo he recibido ya demasiados honores en mi vida. Tengo una cómoda llena de galvanos y de premios por La Pérgola de las Flores. A mí lo que me hace falta es plata. Claro que por este musical me entra el 5% de los ingresos que genera. Los herederos de Francisco Flores del Campo cobran el otro 5%. Pero ha opacado el resto de mi producción, más de treinta obras. Todos piensan que soy la autora de La Pérgola y punto. Eso sí, cuando estrenamos en 1960, a nadie le importaba un pucho la escritora: ¡todas las alabanzas se las llevaban la Silvia Piñeiro y Pancho Flores!

-¿Le duele no haber recibido el Premio Nacional de Arte?

-Me gustaría, porque es harta plata, además hay una pensión. No tanto por el honor, ya acumulo muchos. Mira, en el 2005 se lo dieron a Fernando González, que es profesor, a pesar de que tocaba autor. Con unos amigos hicimos una fiesta para celebrar mi No Premio Nacional. Me lo tomo con humor. Ahora lo que me importa más es recuperar la movilidad de mis piernas, porque por estos días tengo que andar con otra persona si quiero salir. ¡Y tengo harto que hacer! He escrito cuatro novelas y tengo una quinta postulando al Fondo del Libro. Tengo cuentos, novelas para niños. Creo que ya hice mi tarea, no tengo ganas de seguir escribiendo obras de teatro.

Tataranieta de Isidora Zegers y de sangre rangosa, Isidora Aguirre tenía 41 recién cumplidos cuando conoció la fama, a la que la lanzó, de un día para otro, La Pérgola, que se transformó en el musical más famoso de Chile. Tan célebre que, en este año del Bicentenario, ha sido la obra teatral más difundida a toda escala.

El éxito la tomó por sorpresa. La había escrito casi a contrapelo, porque el género no podía interesarle menos. "Me tuvieron que rogar, convencer. Yo estaba embarazada de mi cuarta hija, Carol, y los musicales no me atraían, era un género que no conocía. ¡Qué me podían importar a mí unas floristas! Era una época en que el teatro se hacía al alero de las universidades y Eugenio Dittborn, director del Teatro de Ensayo de la Universidad Católica, me tentó al poner como director a mi amigo Eugenio Guzmán. Ahí tuve que aceptar".

El éxito le llegó a pesar de ella misma.

Hoy, nonagenaria, acumula medio siglo de escritura y más de treinta obras en todos los géneros, sin jamás apartarse de su veta social.

Y es que esta dramaturga de voluntad de hierro siguió, disciplinadamente, la senda que se impuso al partir, en 1955, cuando debutó con Carolina: "En los diarios antiguos que guardo, siempre salgo diciendo que lo importante es escribir y construir una obra que algún día me respalde. Bueno, ahora ya la tengo".

No se siente célebre ni especial. Isidora Aguirre está enfocada en el presente:

-Este 2010 ha habido varios reestrenos de mi obra. Hicieron "La Pérgola de las Flores" y "Los que van quedando en el camino", una obra de 1969, que siempre he juzgado más interesante y de mayor peso. De nuevo encontré increíble el revuelo que arman por un musical de unas floristas, en comparación con una obra larga y documentada, como ha sido mi dramaturgia social. Un teatro de contenido, que tiene peso y mensaje. Y que se conoce mucho menos. Mi obra y yo hemos sido más difundidas en Argentina, Europa y Estados Unidos, que aquí.

-¿Qué sensación le dejan, medio siglo después, sus reestrenos?

-"La Pérgola de las Flores", ninguna, no me emociona en lo más mínimo. Pero la siguen reestrenando. Para escribir "Los que van quedando en el camino", sobre la represión de Ranquil en los años '30, fui dos veces a Lonquimay. Es una historia muy bien contada, la escuché de los hermanos Sagredo Uribe. Ahora la montaron en el antiguo Congreso de Santiago. Me pareció un lugar simbólico. Estos remontajes me producen mucho placer, pero no emoción.

-"La Pérgola de las Flores" es como la gran obra de Chile.

-Es lo que llevo cincuenta años escuchando. Ya te dije que el país se la apropió. Eso, claro, es un orgullo para cualquier dramaturgo. Pero no me quita el sueño, porque yo estoy enfocada en mirar hacia delante. ¡Tantas cosas nuevas que se pueden hacer!

Mirando hacia atrás, a Isidora Aguirre -cuya madre, María Tupper Huneeus, era pintora y discípula de Juan Francisco González- le afloran anécdotas que presagiaban un futuro éxito con sus floristas en Santiago:

-Son cosas chicas, pero no se me han olvidado. Yo tenía catorce años cuando vivíamos en una casa en Bilbao y Seminario, y tomé la costumbre de ir a la pérgola de la Alameda, a comprar ramitos de violetas. Eran los años 30. Ahí conocí a las pergoleras.

-Para sus personajes, usted se inspiró en gente que conocía...

-En algunos casos. Por ejemplo, a la Silvia Piñeiro le puse el carácter de una tía mía llamada Sofía Izquierdo Huneeus, una dama muy simpática, pero muy alocada. Siempre estaba en primera fila cuando se reponía La Pérgola. Las huasitas las saqué de campesinas que conocía, aunque nunca había estado en San Rosendo, sólo en su estación de trenes. En los años 60, me hicieron un video y me llevaron a Yumbel, Lota y San Rosendo. Dicen que lo que más se conoce de Chile es San Rosendo.

-A usted le habían prometido mucha plata si hacía este musical.

-Eso me influyó mucho en la decisión de aceptar escribir la obra. Era un momento económico bien difícil, yo ya tenía tres hijos -dos niñitas de mi primer matrimonio con el español Gerardo Carmona, un tercer niño con Peter Sinclair- y esperaba a la cuarta. Pancho Flores me dijo que con La Señorita Trini había ganado dos millones de pesos. ¡Me pareció una fortuna! ¡Y pensar que después sacamos más de cuarenta! Yo necesita ganar dinero porque Sinclair era dibujante y ningún potentado. Y mi primer marido se había ido, no me ayudaba con nada para sus dos hijas. Cuando Carmona se fue, me lo tomé muy bien, me despedí con simpatía. Él era encantador.

-¿No lloró o se enfureció?

-¡Para nada! Es que ninguno de mis maridos me dio nunca una chaucha. Me tocó vivir momentos muy duros -como pedir leche para mis niñitas- porque el teatro jamás ha dejado plata. Ni hoy.

-Peter, entonces, se hizo cargo de los cuatro niños.

-Yo también trabajaba mucho, hacía clases de francés y de acordeón. Tocaba bien, aunque ya no me acuerdo mucho. Es que me crié en un ambiente muy artístico, mi madre era pintora, recibía los sábados y nosotros siempre estábamos ahí. Ella tomaba clases con Boris Grigoriev, era amiga de la Anita Cortés, de Enriqueta Petit. Había muchas pintoras en Chile en ese tiempo. Nosotros éramos cinco y, cuando yo era niña, vivíamos en casas pegadas con los abuelos en la calle Rosas. Estuvimos ahí hasta mis catorce años, después nos cambiamos a Seminario. Era una vida bonita, cumplí los 15 en París, porque mi papá nos llevó a Europa en barco. En ese tiempo yo ya componía canciones, tocaba piano. Crecí rodeada de arte.

-¿Esa de Rosas es la que usted llama La Casa de los Espíritus?

-(se ríe). En la calle Rosas se hacían unas sesiones de espiritismo y a ellas iba la abuela de la Isabel Allende, la Chabela Barros, y también las dos hermanas Morla. Mi mamá también participaba y a mí me llevaban de paje. Yo nunca creí que los muertos volvieran, pero mi mamá sí. He visto las mesas bailar por las piezas. En todas mis obras aparecen los muertos vivos. Isidora Aguirre, incansable investigadora teatral, estudió arduamente en terreno para escribir su Pérgola:

-Fui a la del Mapocho y hablé con gente como Eugenio Pereira, gente que formó la pérgola. Me iba a pasear todos los días al mercado y a La Vega, a conversar con las vendedoras de apio, de cilantro, de ají. Rescataba sus modismos populares. La veracidad de los diálogos y el lenguaje es muy importante en el teatro. Se me ocurrió también leerme los diarios y la revista Zig-Zag de los años 20 y 30, para investigar los giros en el habla y las costumbres de la época.

-Hay una anécdota famosa con el actor Fernando Colina.

-Ah sí, eso fue muy divertido. Fernando era un buen actor y un flaco muy cómico, igualito en lo pálido y larguirucho a Buster Keaton. Hacía del Urbanista Valenzuela. Una noche, el director Eugenio Guzmán fue a una fiesta de disfraces y aparece Colina vestido de angelito, con alas blancas. Se mató de la risa y al otro día me pidió que me las arreglara como pudiera para disfrazarlo de angelito en la obra. Yo no sabía cómo. Hasta que se me ocurrió inventar en que, por distraído, el Urbanista Valenzuela llega disfrazado de ángel a una kermesse. Es que ahí todos daban ideas, era genial. Para qué te digo los ataques de risa en el teatro.

Fue su íntimo amigo Pedro de la Barra, pionero del teatro chileno y Premio Nacional de Arte 1952, quien la hizo conocer y entender los postulados del dramaturgo alemán Bertolt Brecht. A los postulados de Brecht se sumaron las enseñanzas del padre de la actuación, Constantin Stanislavsky: Isidora Aguirre trazó en la realidad pura su camino en la dramaturgia. Una escritura teatral descarnada, de acentuada mirada social. El quehacer político de los años 70 en Chile y la instauración de la dictadura militar marcaron su pensamiento ideológico y la hicieron convertirse en militante comunista. No le duró mucho. "Mi lucha la he dado desde una independencia total, pero con pensamiento de izquierda", dice la nonagenaria dramaturga que, a pesar de su edad, se maneja a la perfección con el correo electrónico.

A fines de los años 50 coescribió Población Esperanza con el novelista Manuel Rojas, centrada en la desigualdad social:

-Manuel era un hombre muy agradable, muy cariñoso, un gran novelista. Justo cuando terminamos de escribir Población Esperanza, al director Pedro de la Barra, que era mi compadre, le baja una crisis: decidió irse a criar chanchos al campo y dejar el teatro. Nosotros queríamos que él dirigiera la obra, pero Pedro odiaba que le leyeran dramaturgia. Yo organicé una comida y los convidé a los dos. A los postres, Manuel se atrevió a decirle: "Mira, con la Isidora escribimos esta obra". No te digo la cara que puso, pero tuvo que escucharla. Termina Manuel y Pedro se la quita de las manos y se va a Concepción. Allá la dirigió en el Teatro Universitario, que él reorganizó. Así, aceptó volver al teatro por Población Esperanza y abandonó a los chanchos.

Durante los 60 y 70, Isidora ahondó la veta realista en su escritura. Brecht la llamaba. Con el éxito aún fulgurante de su Pérgola, la dramaturga visualizó una oportunidad creativa en los pobres que trabajaban en los basurales que rodeaban Santiago. Para escribir Los Papeleros, en 1962, pasó cuatro semanas entre la miseria:

-Esa fue una obra casi documental. Yo iba a Guanacos Alto, un basural donde vivían los que separaban la basura y el papel. Yo no tenía auto, me iba en micro y después en camión basurero. Yo les preguntaba cuánto les pagaban por el kilo de papel. Y ellos se abrían, comenzaban a contar sus vidas, sin necesidad de entrevista y sin usar grabadora. Nos decían cosas como somos la última carta del naipe. Isidora recuerda que cuando estrenó Los Papeleros sufrió mucha incomprensión de la crítica y de sus pares. Era la huella de Brecht.

Veinticuatro años después, El retablo de Yumbel le costó lágrimas durante la dictadura de Augusto Pinochet:

-Me la pidió la compañía El Rostro de Concepción y fue estrenada en 1986, ganó el premio Casa de las Américas de Cuba. En lo emocional me costó mucho hacerla, era sobre un episodio de detenidos desaparecidos en el Laja. Me fui a Yumbel a investigar. Una vez en terreno, logré entrevistar al mismo sepulturero de 1973. Lo busqué días y días. Llevaba un tiempo en la zona y estalla la tragedia de los degollados. Me avisaron porque yo era amiga de los Parada y quería mucho a su hijo. El profesor Guerrero les hacía clases a varias de mis nietas, era gente muy conocida por mi familia, esa tragedia nos llegó al alma. Cuando supe la noticia, estaba comenzando la escritura y decidí dedicarles la obra a sus tres víctimas. Escribí El retablo llorando. De tristeza y de impotencia. Yo en verdad sentía que Chile ya no daba para más.

Baja los ojos al recordar.

El sol pálido de invierno se filtra por la ventana que da a este antiguo barrio. Si ella pudiera correr, seguro bajaría las escaleras e iría a buscar más historias para transformarlas en obras. Pero hoy, Isidora Aguirre está sentada en su dormitorio, con la espalda apoyada. Jamás se queda en cama: toma su té frente al computador, que es la extensión de su mano de escritora. A los 91, dramaturga esencial de su país, sabe que los plazos se acortan, pero para ella, la tarea aún no finaliza.


La escritura fue la gran vocación de la dramaturga, que también destacó por obras como Lautaro, con Andrés Pérez.
Foto:ARCHIVO ZIG ZAG / EL MERCURIO

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1 comentarios:

A las 28 de noviembre de 2012, 16:20 , Blogger Unknown ha dicho...

La más grande dramaturga de Chile y una de las notables de América. Por supuesto sufrió las incomprensiones y miserias típicas del talento nacional. Nunca ganó lo que merecía porque siempre se aprovecharon de ella, y al final, ni siquiera pudo vivir de su magna producción.
Y ella, digna hasta el final. Lo que no pueden decir los miserables que dirimen el desprestigiado Premio Nacional.

 

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