domingo, 12 de septiembre de 2010

Tradiciones olvidadas, renovadas y transformadas

REVISTA DEL CAMPO
EL MERCURIO
lunes 6 de septiembre de 2010

El Bicentenario representa una oportunidad para revisar los cambios que han experimentado los usos y costumbres del campo en 200 años.

Martina Salvo de Oliveira



La trilla se cambió por el tractor, las tinajas de greda para vino por cubas de acero inoxidable, el viñedo familiar por un cobertizo, los aromáticos naranjos por cemento, las carretas por bicicletas y el huaso 'acampao' ha ido perdiendo su forma de hablar y su picardía para bailar la cueca campesina.

Esos son parte de los cambios que sufrieron las tradiciones del campo chileno en el siglo XX y en los inicios del XXI y que reflejan no sólo una transformación de las costumbres sino que en muchos casos, una pérdida de las tradiciones.

Durante septiembre, más aún este año Bicentenario, cuando el país cumple 200 años de emancipación, los chilenos retoman con ganas el amor por la patria, reviven tradiciones como encumbrar volantines, jugar juegos típicos, comer platos tradicionales, bailar y cantar cueca.

¿Moda o necesidad de rememorar la identidad y las raíces? Un poco de ambos, aunque es indudable que este impulso no alcanza para recuperar lo que ha quedado en el camino.

En esta edición especial Bicentenario, Revista del Campo revive las usanzas y costumbres típicas que se han ido perdiendo con la urbanización, las tecnologías y la modernidad. Pero además da cuenta de que, pese a los cambios, aún hay tradiciones que sobreviven de alguna forma reivindicando las raíces nacionales.

Pequeños viticultores del campo

Durante siglos, pequeños viticultores chilenos hicieron grandes esfuerzos para producir vinos artesanales.

Las tinajas de greda ahora sólo se usan de adorno.

Los lagares de cuero y las tinajas de greda para almacenar la producción fueron parte de las prácticas que desarrollaron. Esto permitió que Chile fuera la mayor potencia vitivinícola de América en los siglos XVIII y XIX.

"Es cierto que había grandes viñas que tenían lagares revestidos con piedra laja o ladrillo, pero hubo una innovación en 1740 para hacerlos de cuero, lo que permitió democratizar la industria del vino. Si a esto sumamos el significado de las tinajas de greda que pesaban hasta 200 kilos, vemos lo difícil que debe haber sido para la gente modesta la técnica de elaborarlas para conservar los vinos", explica Pablo Lacoste, historiador del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.



Hoy, la industria del vino nacional se destaca por el rol que han asumido grandes viñas, las que han posicionado el nombre y calidad del vino chileno en el mundo. Pero detrás de eso, hay tradiciones y esfuerzos de pequeños viticultores que, de alguna manera, han marcado la pauta al dejar un legado de tradiciones y esfuerzo.

El encanto de los frutales y su toque femenino

Los frutales también han cumplido un rol fundamental para el campo nacional. Los parrones, prácticamente desde la Colonia, representaron un espacio familiar de reunión, donde el dueño de casa se reunía con sus seres queridos, con sus proveedores, con arrieros y con sus vecinos.

"El parrón es la ampliación del salón, un lugar cubierto con hojas en verano y descubierto para dar sol en el invierno donde se juega, conversa y comparte socialmente", sostiene Lacoste.

Algo similar ocurre con frutales como los naranjos, instalados en casas de familias adineradas, pero también en pequeños campos muy modestos. La tradición viene como herencia de la corte francesa del Barroco y
Renacimiento, donde era bien visto recibir a alguien en un lugar donde hubiera naranjos, por su belleza y aroma.
Algo de esta tradición queda, por ejemplo, en el protagonismo dado al patio de Los Naranjos ubicado en la Casa de Gobierno La Moneda.

Los durazneros también han tenido un rol importante en la agroindustria. Buscando soluciones a la conservación, se deshidrataron duraznos que se transformaron en los populares huesillos, que después dieron paso al tradicional mote con huesillos, muy vigente en la actualidad.

Las esferas de igualdad que ha ido asumiendo la mujer en Chile y el mundo son un fenómeno reciente de la segunda mitad del siglo XX. Por eso no extraña que en los más de 500 años que tiene Chile desde la colonización se haya creído que el rol femenino era casi insignificante y periférico. Si no era madre era monja, o si no 'chinganera'. Pero lo cierto es que las mujeres tuvieron una silenciosa relevancia en labores productivas de campo. "La mujer podía estar en la casa pero hacía un trabajo silencioso y eficaz en las prácticas agrícolas", explica Lacoste.

El huaso, el trabajo "hecho a mano" y las tecnologías

"Me tocó rastrear bueyes con ojotas. Era sacrificado pero hermoso. Aún conservo las marcas en los tobillos que me hacen recordar lo real de ese mundo que hoy está muy olvidado", explica Jorge Soto, un huaso nacido en Parral, encargado de las caballerizas del Club de Huasos Gil Letelier.

Las carretas, el carretero con su grito especial, los segadores, los bueyes y los caballos, son otra parte de las tradiciones que se han ido perdiendo en el campo. En su lugar las bicicletas y pequeñas motos están instalados como parte del escenario. Ese no es el único cambio.



El arado tirado por bueyes fue prácticamente reemplazado por el tractor.

La maquinaria productiva se fue tomando el lugar de la carreta que recogía la siembra. A su vez la trilla a caballo, el arado y las faenas agrícolas fueron reemplazadas por el tractor.

"Llegaron las máquinas y desaparecieron los segadores, los carreteros y los personajes de nuestras tradiciones.
Eran personas que muchas veces no sabían leer y escribir, pero su bagaje cultural era tremendo. Traían cuentos, historias y cantos desde las ciudades de donde provenían", explica Patricio Meza, director de la Corporación Nacional de la Cultura Tradicional de Chile -Conacutch- y oriundo de Paine.

Cultura huasa, juegos y vestimenta

La música es otro de los condimentos de la tradición. Muchos grupos de folclore nacional han narrado a través del canto y la música, las tradiciones y raíces del país, lo cual es positivo en términos generales. Los problemas surgen según la Conacutch, porque algunos músicos no se toman la difusión de las costumbres con la responsabilidad que ameritan y terminan siendo los responsables del imaginario sobre el huaso bruto, que habla mal y que es objeto de burla.

"Muchos grupos han plasmado bien al campesino, pero otros han hecho que se vea de forma humorística. Y el mundo del campo tiene una tradición profunda que dista mucho de eso", explica Esmildo Pastén, secretario de la Conacutch.

La cueca, también ha cambiado. De hecho se ha producido una urbanización del baile y pocos conservan la picardía original del huaso más tradicional. "Desde que vine a Santiago siento que he desaprendido movimientos y formas que tenía antes. Mi cueca ha cambiado. Ahora todos bailan parecido y falta cariño en el baile", reflexiona Soto.

Junto a la música, el baile y la cultura del ser huaso, la vestimenta también ha experimentado cambios significativos en dos siglos.

"El manto o chamanto y sombrero de huaso estilo hispánico del siglo XX no tiene mucho que ver con el poncho y el sombrero cucurucho del siglo anterior. También el vestido de la china ha mutado de ser largo y abierto en los hombros como se puede apreciar en pinturas como las de Mauricio Rugendas, hasta lo que es hoy en día", explica Meza
.


El trompo y el emboque siguen existiendo.

Los juegos típicos también se han visto afectados. La forma en que se practicaban antes no tiene que ver con lo que son ahora. El trompo se confeccionaba en casa, al igual que los volantines. Según los expertos esas tradiciones prácticamente se han perdido.

"Antes el volantín era una cosa de vida o muerte. Ahora el fenómeno es diferente, el papá lleva al hijo quien no pone atención y es el padre quien termina jugando", explica Jorge Olea, profesor de historia de la Universidad de Chile y oriundo de Graneros.

Las fiestas en las chinganas o fondas, también eran parte importante de la cultura de campo. Antiguamente éstas estaban abiertas todo el año y en su interior se juntaban peones, inquilinos y trabajadores.

"El alcohol, el baile y la música eran lo que marcaba las chinganas, pero también se realizaban juegos de apuestas, especialmente en torno al naipe español", sostiene Fernando Purcell, subdirector del Instituto de Historia de la Universidad Católica.

Otras prácticas comunes eran las carreras de caballo, las corridas de toros, las riñas de gallo y el juego de bolos. Además de éstas que tenían un carácter más bien lúdico, también se gestaron tradiciones estacionales relacionadas con las labores del campo mismo, como las fiestas de trilla y de cosecha.

"Hoy día recordamos la fiesta de la trilla porque tenía una cuota mayor de espectacularidad por el uso de animales, pero fiestas similares se hacían con ocasión de la cosecha de maíz o frutales", sostiene Purcell.

Pese a ello, aún existen algunos elementos de continuidad. "Los packings frutícolas incorporaron las fiestas de fin de cosecha, lo que es evidentemente una herencia del siglo XIX", indica Purcell. La tradiciones relacionadas con el ocio se fueron perdiendo por la actual lógica productiva, el pago en metálico (casi desconocido en el siglo XIX) y la penalización de algunas fiestas y juegos.

Si bien el rodeo como deporte es propio del siglo XX, sus raíces vienen de las labores el campo, que nacen en la Colonia. "Comenzó con el arreo que se hacía para reunir a los animales, hasta convertirse en el deporte nacional", explica Ricardo Sandoval, presidente de la Fed. Nacional de Rodeo y Clubes de Huasos de Chile.

Martina Salvo de Oliveira.

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1 comentarios:

A las 17 de octubre de 2010, 16:35 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Hoy en día un joven está muy ocupado en jugar juegos asistir a la escuela, estar con el sexo opuesto, y hacer esas cosas. Pensar que hace 200 años un muchacho de 14 años tal vez ya era un soldado avesado con varios combates encima.
Hoy son chicos antes ya eran adultos a esa edad.
Saludos

 

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