lunes, 29 de marzo de 2010

Remezones en el alma

REVISTA CARAS
Impactantes testimonios de la tragedia
Publicado el 23 Marzo 2010 Salud

Por: Lily Urdinola
Por María Jesús Larraín

Rezando, abrazados, arrancando pasaron los minutos más largos e intensos de sus vidas. Detrás del desastre quedan mil dramas que reflejan las distintas caras de la catástrofe. Rescatamos seis historias cuando la tierra todavía no dejaba de moverse.




Otra vez el caballo iracundo patea el planeta y escoge la patria delgada, la orilla del páramo andino, la tierra que dio en su angostura la uva celeste y el cobre absoluto, otra vez, otra vez la herradura en el rostro…

Este verso de Pablo Neruda describe apenas en pinceladas lo ocurrido la noche del 27 de febrero. En sólo tres minutos la tierra recibió la mortal patada. A la mañana siguiente, las cifras entregadas por la ONEMI sobraban para entender las dimensiones: hospitales destrozados, autos colgando, personas desaparecidas… El remezón en el alma todavía no se ha cuantificado.

Un helicóptero prestado por Mega le permitió a Lucho Jara reencontrarse con sus hijos en Dichato, una de las zonas más devastadas del país. “Supe que estaban vivos después de diez horas, pero no tenían comida, nada”, cuenta el cantante, mientras entre lágrimas confiesa la alegría que sintió al abrazarlos después del tsunami que azotó el lugar donde ha vacacionando toda la vida y que hoy está prácticamente borrado. Porque la naturaleza golpeó por igual a personas públicas y privadas. Entre las primeras está también el caso del periodista de SQP Ignacio Gutiérrez, quien recién al cuarto día después de la tragedia pudo conseguir agua. Refugiado en un albergue narró que su ciudad, Constitución, apenas existe y que de la casa de su familia no queda nada: “O se lo llevó el agua o lo saquearon”. A Coco Legrand le duró poco la alegría de las antorchas y gaviotas ganadas en el Festival. Al día siguiente de lo ocurrido apareció en televisión, rogando ayuda para dar con su sobrino, César Paredes, que se encontraba también en Constitución. “Está medio golpeado y magullado, pero lo importante es que lo hallaron,” relató emocionado. Cada chileno tiene sus propias vivencias, unas más dramáticas que otras. Todas cruzadas por el temor y la angustia.

Pamela Abarca y el tsunami de Pelluhue
‘En dos segundos todo se fue a negro’



Pamela Abarca, separada, madre de tres hijos, gerenta de Desarrollo del BancoEstado, estaba pasando el fin de semana en Pelluhue. “Era la primera vez que salía de Santiago este verano. Llegué a las nueve de la noche a la playa. El terremoto me pilló durmiendo. Salí corriendo sin saber mucho hacia dónde iba. De hecho, no conocía el lugar. En la calle encontré a dos niñitas perdidas, sin pensarlo las tomé fuerte de la mano. Una de ellas era Chabelita, que venía de Cauquenes y estaba pasando unos días con sus tíos. Miré el cerro y les dije: esto se hace como los soldados, un pie en alto y después el otro. Estaba lleno de troncos caídos y de espinas, pero comenzamos a subir. Haremos una camita en el suelo, les dije cuando por fin llegamos a un sector alto. En eso sentí un ruido atroz, como mil camiones gigantes a toda marcha. Se venía lo peor… Una señora que estaba cerca me hizo una seña para que mirara hacia el pueblo. En dos segundos todo se fue a negro, una ola gigante cubrió el mundo. Vi unas luces muy adentro del mar y pensé: son pescadores, pero a los minutos me di cuenta de que eran los autos que arrancaban por la costanera y se estaban hundiendo hasta desaparecer. Una de las niñitas encontró a su papá en medio del caos. Chabelita seguía aferrada a mí, helada y choqueada. Hay que arrancar de aquí, pero para dónde, pensé. Sin saber cómo, dije en voz alta: ¡Es la hora de la Batalla del Calentamiento! Fue lo que se me ocurrió para combatir el frío y las espantosas escenas, que de seguro me costará una vida olvidar. Busquemos las Tres Marías, le propuse a mi compañera. Su mirada me confirmó que por fin estábamos a salvo. Nos quedaba lo más difícil: encontrar a alguno de sus familiares. Cuando amaneció bajamos del cerro y vi el fin del mundo: muertos flotando en el mar, autos enterrados en el lodo, personas con la mirada perdida. Hallé mi camioneta, que por suerte había dejado estacionada en un sector alejado, y como pude manejé hasta Cauquenes, que también estaba en el suelo. Cuando por fin ubicamos a los padres de la niña no paraban de llorar repitiendo pensamos que había muerto. Sólo entonces me acordé de mí misma y de mis hijos (para quienes estuvo desaparecida por varias horas). Me vino un cansancio extremo… Me vi llena de sangre y heridas. Chabelita fue un angelito que se me cruzó en uno de los momentos más difíciles de mi vida”.

Yolanda Correa y la Hacienda Errázuriz
‘Gran parte no se podrá recuperar’




Como la mayoría de los habitantes del golpeado Valle de Colchagua —cuyas pérdidas patrimoniales aún ni se estiman—, Yolanda Correa y Francisco Javier Errázuriz Hunneus duermen en las ruinas de lo que fue una sede social de la Hacienda Errázuriz. “Veníamos llegando del lago Todos los Santos. Llevaba afuera quince días y tuve el regalo de recorrer mi casa por última vez la noche del viernes. Así, sin saber, me despedí del oratorio y otros lugares. Apenas empezó el movimiento mi hijo mayor, Javier, salió despavorido. Mi marido lo fue a buscar y nos pusimos en un sitio seguro. Era como estar en las Torres Gemelas. Recién cuando salimos nos dimos cuenta de que se nos había caído la casa, pero la preocupación más grande era que el tío Panchi, que es curita, estaba encerrado en su pieza. El techo se le había caído encima y el ropero estaba sobre la cama. Con la adrenalina mi hijo logró levantar el techo y sacar al Panchi. Fue un verdadero milagro. Mi pastelería, La misía Anita (el nombre lo saqué de una religiosa) ya no existe.

Para la gente de Peralillo esta casa significa mucho porque el pueblo se construyó gracias a una donación de don Francisco Javier Errázuriz Echaurren. Los más antiguos se relacionaron con estas casas estrechamente, venían a escuchar misa, a educarse, a recibir los sacramentos. Voy a extrañar su parque maravilloso. Acá no entró la modernidad. Era como vivir en el siglo XIX… Después de alguna ayuda esperamos reconstruir algo, pero el oratorio, los comedores… hay una gran parte que no se podrá recuperar. Había muchos muebles de espejo, cuadros de Errázuriz Echaurren, de las hermanas Mira… Los techos y las paredes estaban decorados por pintores italianos. Aquí se escribió parte de la historia de Chile y ahora se perdió. Sabemos que viene la reconstrucción, que nosotros pertenecemos a este lugar, tenemos nuestra vida en Peralillo y de acá no nos moveremos”.

Cristóbal Morandé, atrincherado en Concepción
Barricadas contra el hombre



En la capital de la VIII Región la sensación de inseguridad obligó a quienes viven en los sectores altos de la ciudad a dejar las improvisaciones y organizarse en estrictos códigos de guerra, donde tanto el que no respeta como el despistado sufrieron el mismo castigo. Las órdenes del estado de emergencia fueron claras para todos: el primer disparo al aire, el segundo, al cuerpo. Cristóbal Morandé bien sabe de la necesidad de protegerse. Tiene 19 años y como muchos de sus amigos, no hizo el servicio militar, pero tuvo que ‘enrolarse’ bajo el rigor de sus vecinos en el barrio Andalué.

“Si hubiera tenido que disparar, lo hago. Si hubiera tenido que pegar, pego. Si hubiera tenido que matar, mato. Vivimos en la zona alta del cerro. Apenas empezó el terremoto la gente instaló sus carpas en nuestros patios. ¡Yo tenía ocho! Hasta ahí no había problema. El caos vino cuando nos dimos cuenta de que los mismos que teníamos de ‘alojados’ eran los que saqueaban los supermercados y después iban a revendernos todo al triple; los mismos que asaltaban las casas, que se instalaban en las calles del barrio pidiendo peaje y que si no tenías nada para pagar o te negabas, te robaban el auto. Si el toque de queda no aparece, Andalué y Concepción habrían estallado en guerra civil. Porque hasta nuestro vecindario jamás llegaron los carabineros. El domingo apareció un ex militar y nos dijo: el que tenga un arma, que dé un paso al frente, ahí supe que la cosa iba en serio. Los vecinos teníamos un régimen de turnos para cuidar las casas. La entrada de Andalué no era nuestra única frontera, además teníamos que protegernos en las calles cercanas. No había una avenida en Concepción que no tuviera una buena barricada y hombres armados afuera. Nosotros nos distinguíamos por dos elementos: todos llevábamos una cinta blanca en el brazo y usábamos un código con las bocinas de los autos, que funcionaban como alarmas. Bocina sonando significaba ataque, por lo tanto rifle cargado, listo para disparar. Las armas las recolectamos entre todos, lo que sirviera para matar”. Al cierre de este artículo, Cristóbal y sus vecinos seguían turnándose en sus trincheras.

Aída González, dueña de residencial Vista Hermosa de Iloca
‘Volveré a levantar todo’



“¿Me llama para decirme que habrá otro terremoto? ¿Otro tsunami? ¿Tenemos que arrancar?’’, pregunta Aída González, dueña de la residencial Vista Hermosa de Iloca. “Acá estamos esperando que llegue algo peor, quedamos súper asustados y no sabemos de verdad qué va a pasar. Yo le digo que ayer de puro nerviosa perdí mi celular, porque lo metí adentro del horno que estaba prendido. Al menos nos funciona la cocina, pero de nuestra residencial no queda nada. Ahora estamos más tranquilos, con teléfono, comida y en la casa de mi hijo, que estaba limpiecita. La noche del terremoto nos acostamos temprano, el día anterior habíamos ido a la playa. Fue un día especial porque el agua del mar estaba tibia. Escuchamos a los carabineros dar la alerta de tsunami y salimos despavoridos. Pero mi marido dijo: yo no me muevo de acá. Nos fuimos con mi hija y mi nieto. Todo el pueblo arrancó al cerro, por eso creo que hasta el minuto no hay desaparecidos en Iloca, hasta los turistas nos siguieron… Una vez arriba fue como si tuviéramos los ojos tapados, porque no se veía nada, sólo se escuchaba un ruido tremendo. Cuando hubo un minuto de calma volvimos bordeando el cerro, con el alma en un hilo por mi marido. Pasamos por el cementerio y las olas habían sacado a los muertos de su lugar, algunos estaban a medio enterrar, otros sobre los árboles…”. Aída interrumpe su relato, está choqueada. Se disculpa y su hija Lizette Correa termina explicando lo que vivieron esa noche. “No encontrábamos a mi papá por ninguna parte. Tomé una carreta vieja para mover a mi mamá, que tiene 80 años y la acaban de operar de la columna. Era como mediodía y en el pueblo no se podía respirar: el olor a gas era fuertísimo. Cuando llegamos a la casa no me atreví a entrar. Mandé a mi hijo para que buscara a mi padre. Me gritó: Mamá, el tata no está. Sólo quería verlo, ni siquiera me di cuenta del desastre en que había quedado nuestra casa. Estaba todo lleno de algas. Hasta que ocurrió el milagro y no sé cómo ni cuándo apareció mi viejo. Lloramos los cuatro abrazados. De ahí, nos fuimos donde mi hermano. Nuestra casa y la residencial, que quedaba en la calle donde estaban los restoranes, hoteles, hostales y un lindo paseo, están bajo el agua. Iloca retrocedió veinte años; no hay posta, colegio ni retén. Habrá que esperar que se seque, mi madre jura: volveré a levantar todo. La apoyo porque estoy segura de que el del 26 de febrero no será él último atardecer de Vista Hermosa”.

María Eugenia Beéche, sobreviviente de Juan Fernández
‘La isla es un potrero donde todo flota’




La dueña del mapa del mítico tesoro de Juan Fernández vive hace 60 años en la isla y ésta es la peor tragedia que ha visto. ‘‘Tengo 71 años, tres derrames cerebrales y todavía mucho por hacer. Nos dimos cuenta de que estábamos en el tsunami cuando mi cama y la de mi hija Francisca flotaban en el agua. Ella me tomó de la mano. Me solté y la corriente me arrastró hacia el mar. No sé de dónde saqué las fuerzas para sostenerme de lo primero que agarré. Bajó la marea y tuve la oportunidad de escapar. Corrimos hacia la guardia costera. No había nadie. Estaba todo oscuro, pero yo podía ver como un gato. Ahí comprendí que el ser humano en las situaciones límites se comporta como animal. Subimos quinientos metros hacia una casa que se encontraba literalmente en la punta del cerro. La gente no podía creer que habíamos subido todo eso en tan poco rato. Pensaron que éramos fantasmas. Nos prestaron ropa. Cuando todo se calmó y bajamos visualizamos el peor de los panoramas: gente sacando del agua los cuerpos de sus niños… La isla donde yo vivía ahora es un potrero donde todo flota: cadáveres, perros, pollos, madera… Todas las religiones se preguntan si hay un cielo, si los muertos nos ven, si alguien nos cuida. La verdad es que ahora pienso que sí, porque cuando fui al día siguiente a buscar mis cosas, encontré que no quedaba nada de nada. Mi casa de roca se la había llevado el mar, pero encima quedaban unas fotos de mi marido, mi mamá y mi hermana. Pienso que ellos me mandaron el mensaje de que me queda para rato. Lo que ocurrió en Juan Fernández fue una tragedia total, pocos la pueden dimensionar. Lo más horrible fue escuchar a la gente gritar por auxilio, los niños muriendo. El tema es que allá somos todos una gran familia, nos conocemos. Murieron los hijos y los padres de nuestros amigos y amigas, de muchos aún no sabemos nada. Estamos muy golpeados, pero queremos reconstruir, por último haremos turismo en carpa, porque la isla se va a parar. Si Indonesia se repuso, nosotros también podremos”.

El círculo íntimo de Luis Ernesto Videla, muerto en accidente de avioneta
‘Tenía todo organizado para su partida’



Durante el funeral de Luis Ernesto Videla, el padre Agustín Moreira entregó un mensaje del Papa Benedicto XVI que resaltaba sus múltiples talentos, mencionando además que éstos eran herencia de su padre, Ernesto Videla Cifuentes, destacado por su rol en la mediación papal para lograr la paz entre Chile y Argentina. Pero el Chino Videla —yerno del ex ministro Belisario Velasco— era eso y mucho más. “Chile perdió un irremplazable”, comentan de capitán a paje. Por eso sus cercanos lamentan su partida y celebran su vida.

Fue Marilú Velasco quien habló en nombre de su hermana Ana María, la segunda mujer de Videla. Ella le había confidenciado que nadie la había querido tanto. Resaltó, además, su capacidad para atender todos los frentes, preocupándose de las necesidades de cada uno de sus siete hijos (tres de su primer matrimonio, dos del primero de ella y dos de ambos). “Fueron dos seres que se reencontraron con la vida y eran muy felices”, agrega alguien de su círculo íntimo.

En esta etapa se produjo la metamorfosis de Videla. “Hasta ese entonces demostraba humanidad, pero no expresaba sus sentimientos abiertamente. Al convertirse en una persona cariñosa, se transformó en un ser espectacular”, añade uno de sus amigos.

No deja de ser irónico que este ingeniero comercial de la Universidad Católica, que invirtió décadas de sus 49 años en el desarrollo de la aviación en nuestro país —como gerente general de Lan tuvo el máximo puesto ejecutivo desde 1996 al 2004—, encontrase la muerte en una avioneta justo ahora que se desempeñaba como vicerrector de Asuntos Económicos y Administrativos de la Universidad San Sebastián (USS). Como tal, y a fin de ver en terreno la situación de alumnos, profesores y personal administrativo vinculados a la sede de Concepción, el lunes 1 de marzo se comisionó a un grupo de cinco notables (Ignacio Fernández, Juan Ernesto Moya, Pablo Desbordes, Rodolfo Becker y Marcelo Ruiz) para que viajasen a evaluar la situación.
“Descollante en la contingencia” —lo describe desde el exterior un consultor de empresas, admirador sin reservas de su desempeño en Lan—, “cuando me contaron del accidente y que iba gente de la USS, nunca dudé, conociéndolo, que estaría en el avión. Lo único que me faltaba saber era si había sobrevivido…”.

EL DÍA ANTERIOR AL TERREMOTO almorzó con uno de sus ex ejecutivos de la línea aérea, con quien mantuvo una estrecha amistad durante 15 años. “Era capaz de mover montañas. Sacó a andar LanArgentina, LanPerú, asumió el manejo de las huelgas. Líder estructurado, riguroso, frontal, su máxima era predicar con el ejemplo. De la nada me comentó que era muy importante tener todos los papeles en orden para que la familia no tuviera problemas en caso de que uno falleciera. Yo ya tengo todo organizado para mi partida, me confidenció con serenidad’’.

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1 comentarios:

A las 27 de noviembre de 2016, 20:35 , Blogger Unknown ha dicho...

Impresionantes relatos que me llenaron de tristeza y admiracion por todas las personas que vivieron y sobreviviveron a este tremendo terremoto, testimonios de valentias y solidaridad... yo sòlo queria saber algo de Chèpica el pueblo donde nacio mi abuelita y me encontrè con todo este documental...sòlo dar las gracias a todos quienes escribieron y dejaron sus testimonio,,ojala hoy se encuentren bien...

 

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