domingo, 27 de julio de 2008

Huachucheros de Doñihue y otros personajes

CRÓNICA LA CUARTA 15 de Julio de 2003
Mil historias del legendario campamento minero en entrete exposición del Sernatur

Los fantasmas vivos de Sewell, "la ciudad de las escaleras..."
Hugo Camus


Este minero porta un equipo de oxígeno, de mitad del siglo pasado, que pesaba casi diez kilos, y que se empleaba para el rescate durante emergencias producidas en los túneles.
(Foto: Mauricio Fuentes)


Este tubito de 80 centímetros de diámetro, hecho de pino norteamericano, se usaba para abastecer de agua a los mineros y sus familias que vivían en Sewell.
(Foto: Mauricio Fuentes)


Los turistas extranjeros son los que más les hacen chupete a la exposición y al tour que se ofrecen diariamente para visitar la "ciudad de las escaleras".
(Foto: Mauricio Fuentes)

El uso del cobre y su procesamiento datan de varios miles de años antes de Cristo y ha sido usado en Babilonia, China, en la India y por casi todas las grandes culturas que han iluminado con sus conocimientos el planeta.
(Foto: Mauricio Fuentes)

Las diabluras de los huachucheros, la caverna de los cristales de 4,5 millones de años, los secretos que esconden los 2.700 kilómetros de túneles subterráneos de la mina El Teniente y los edificios habitados hoy sólo por los fantasmas de las miles de familias de trabajadores que habitaron el campamento de Sewell, podrán sentirse de cerquita en la exposición sobre "la ciudad de las escaleras", que se inauguró en la sede central de Servicio Nacional de Turismo, Sernatur, en la capital, y también a través de excursiones diarias al yacimiento de cobre bajo tierra más grande del planeta.
El caporal de Sernatur, Oscar Santelices, junto al vicepresidente corporativo de Recursos Minerales de Codelco, Juan Enrique Morales, levantó las cortinas a la exposición "Sewell, la ciudad de las escaleras", una muestra que incluye fotelis, artefactos y hasta una mansa ni que carreta remolcada por bueyes que se usó para transportar máquinas chancadoras, a comienzos del siglo pasado, y que demoraba semanas enteras en cubrir la distancia entre Rancagua y el mineral.
La entretenida exposición presenta también maquetas de parte del centenar de edificios que hoy siguen paraditos en plena cordillera de los Andes, a 2.130 metros de altura y a 60 kilómetros de Rancagua, y hasta un andarivel de hierro, usado para cargar una tonelada de concentrado de cobre o mineral que recorría varios kilómetros suspendido en el aire, colgando de gruesos y oxidados cables de acero.


EL HUACHUCHERO

Quince mil almas llegaron a vivir en el pueblo de Sewell, en la década del '60, cuando la mina alcanzó su mayor esplendor.
Allí, familias, con sus cabros chicos, sueños y esperanzas, se pasaron años en medio de la cordillera soportando en invierno tres a cuatro metros de nieve y hasta 15 o más grados bajo cero.
Y como la Ley Seca se impone en la minería, la historia de Sewell también da cuenta del surgimiento de los huachucheros, buscavidas que se encargaban de burlar los controles policiales para transportar bajo sus abrigos litros de aguardiente de Doñihue, coñac o pisqueli, que ofrecían a los mineros como remedio para la soledad y la rudeza de los inviernos.
La expo estará abierta hasta el 30 de agosto, de lunes a viernes, entre las 9 y las 18 horas, y entre las 9 y las 14, los sábados.
Quienes deseen tomar un tour a Sewell deben ir a una agencia de viajes y pagar 12 mil pesos por nuca para conocer parte de la rica historia minera de esa ciudad que postula a convertirse también en Patrimonio Histórico de la Humanidad.


Huachucheros: el ocaso de un oficio ilegal de Doñihue

Vestido con una chaqueta repleta de botellas, este tradicional personaje de la época colonial chilena, recorría las calles del pueblo vendiendo el legendario aguardiente.
Esta particular estirpe, tiene su origen en la provincia de Cachapoal en las localidades de Doñihue y Machalí, donde la artesanal elaboración del licor marcaba el consumo en las tertulias locales.
Uno de sus mayores productores fue Amadil Vásquez quien, ya retirado, recuerda la época de gloria del aguardiente. 'En ese tiempo salían miles y miles de litros diarios', comentó.
Hoy, uno de los que mantiene la actividad productiva artesanal del aguardiente es Manuel Quezada, quien se inició en el oficio a los trece años y, actualmente, suma 70 años de experiencia.
Los años transcurridos desde que se inició en la elaboración del agua ardiente, quedan de manifiesto cuando comenta emocionado que 'todos los que me enseñaron se han muerto'.
Al mismo tiempo, las técnicas de elaboración han cambiado, y ya no se encuentran los expertos destilando constantemente los miles y miles de litros de licor y tampoco se necesita el oficio de los huachucheros, que recorrían las calles traficado el aguardiente.
Dotados con el huachucho, una especie de chaqueta con numerosos bolsillos, los huachucheros ponían las botellas o pequeñas bolsas de goma llenas de alcohol, para transpórtalas ilegalmente por el pueblo.
Muchas veces, el destino final de estos hombres de oficio era la mina El Teniente, donde lograban ingresar el licor para deleitar a los mineros del siglo pasado.
Hoy poco queda de la época de oro del aguardiente de Doñihue, y las extensas caminatas de los huachucheros han comenzado a desaparecer, dejando en evidencia la extinción de un oficio casi desconocido del periodo colonial chileno.

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Modesto carretonero es ejemplo de esfuerzo en Doñihue

Luis Acevedo, conocido como "Lucho Panadero", financió la educación universitaria de sus tres hijos repartiendo pan por el pueblo y por campos vecinos desde hace 50 años.
En la madrugada de Doñihue, mientras todos duermen, algunos ya están trabajando. Ése es el caso de Luis Acevedo, quien a esa hora ya está arreglando su caballo para iniciar el trabajo que lo sustenta a él y su familia hace medio siglo: repartir el pan a los habitantes de su pueblo.
De acuerdo a Ramiro Marchant, panadero de Doñihue, Acevedo -que es conocido como 'Lucho Panadero'- es un "buen repartidor. No falla nunca. Sólo cuando tiene que hacer algo".
A las 8:00 horas, Luis Acevedo sale de su pueblo para internarse en la comuna de Coltauco. En ese lugar, las habitantes lo esperan puntualmente e incluso reclaman cuando se atrasa algunos minutos.
52 años es lo que exactamente Acevedo lleva haciendo esta labor. Sin embargo, ésta no siempre ha sido fácil. "Ha sido duro para mí. Yo pasaba con lluvias torrenciales brazos de ríos con el carretón para ir a dejarle pan a la gente pobre", confiesa.
El trabajo de "Luis Panadero" está marcado por la tradición. La clientela de Doñihue así lo entiende. "Mis papás compraban el pan a él y después seguimos nosotros", asegura Gladys Miranda, habitante del pueblo.
Gracias a su trabajo, los tres hijos de Acevedo son profesionales. Mauricio, el mayor, es profesor de educación física; mientras que los otros dos también tienen estudios. Además, ninguno ha necesitado crédito para financiar sus carreras.
Tras trabajar todo el día, Luis Acevedo finaliza su jornada alimentando a su caballo. Sin embargo, el fin definitivo es cuando toma su taza de té y come su marraqueta, la cual es servida por su hijo menor, Alex.
"Siempre me he sentido orgulloso de él y siempre donde voy lo he dejado bien en claro en qué trabaja. Que él siempre ha estado con nosotros. Nunca nos ha faltado nada", afirma.
A pesar de que sus hijos le han ofrecido la posibilidad de cambiar su carreta y caballo por un automóvil, Acevedo es fiel a su tradición. "Nunca se ha querido bajar del carretón", dice Alex.
Aunque lleva años trabajando por otros, Luis Acevedo sigue pensando en su familia. Ahora, sus nietos son la prioridad. "Tengo una nieta de 18 años que está estudiando para enfermera. Y ahora estoy con mi nieta, ayudándola", asevera entregando su ejemplo de vida y generosidad.


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