jueves, 22 de febrero de 2007

El Huique, una hacienda con historia


Presidente Federico Errázuriz Echaurren 1896-1901

Federico Errázuriz Echaurren, n. Santiago 16 noviembre 1850, + Valparaíso 12 julio 1901; estudios en Padres Franceses; Instituto Nacional; Universidad de Chile; Abogado; agricultor; administrador de la hacienda El Huique en Colchagua; Diputado por Constitución 1876-1879, 1879-1882; por Rancagua 1882-1885; por Constitución 1885-1888; por Cauquenes y Constitución 1881-1894; Senador por Maule 1895-1900, no completó su período por ser electo Presidente de la República; Presidente de la República de Chile 1896-1901; c. 1875 c. Jertrudis (Gertrudis) Josefa del Carmen Echenique Mujica. 2 hijos.

Elena Errázuriz Echenique c.c. Luis Renato Sánchez García de la Huerta, n. Washington, D.C., EE.UU., 1869, + Santiago 13 enero 1935; estudios en Instituto Nacional; Facultad de Derecho, Universidad de Chile; Bachiller en Humanidades 1884; Bachiller en Leyes 1896; Diplomático; agricultor; Diputado por Temuco e Imperial 1900-1903, 1903-1906; Ministro de Relaciones Exteriores 1912; Ministro en Bélgica 1915; miembro del Partido Liberal; [ h. Mariano Elías Sánchez Fontecilla y Tránsito García de la Huerta Pérez]. Con sucesión.

EL HUIQUE, UNA HACIENDA CON HISTORIA.
por Manuel Peña Muñoz


Dicen que soy una de las más hermosas casas patronales de Chile, que por mis corredores olorosos a flor de la pluma y a jazmín de España, han caminado importantes figuras de la historia; que en mis salones deteriorados por el tiempo, se reunía el presidente Federico Errázuriz Echaurren con sus ministros y que después del almuerzo en el comedor de gala, salían a discutir de política bajo la sombra fresca del magnolio. Todo eso cuentan y yo sé bien que es cierto porque aún hoy, en las noches, cuando mis aposentos quedan vacíos y nadie duerme en las grandes camas con dosel, yo siento deambular en las sombras de los cuartos, a mis queridos fantasmas...
Son ellos que vienen otra vez, delicadamente, atravesando esferas impalpables, a susurrarme historias de tiempos viejos, cuentos verídicos que saben a penas y a días tristes. Pero también siento el crujido de las sedas en la tertulia musical o las carcajadas de los muchachos en los patios de la servidumbre. Entonces parece que todo vuelve a revivir y percibo risas en las habitaciones, escucho que alguien toca el arpa y después siento a la madre de misiá Elena Errázuriz, a doña Gertrudis Echeñique, conversar con doña Isidora Goyenechea...
Recuerdo que esa tarde estuvieron juntas bajo el parrón hablando de las minas de Lota, de aquel viejo palacio a orillas del mar, rodeado de araucarias, avellanos y hortensias azules...Casi al atardecer, antes de irse en el birlocho, doña Isidora le dejó de recuerdo a misiá Gertrudis su propio bastón de madera de cocobolo, cuyo mango tiene forma de pie...
Son tantos los recuerdos que ahora, al tratar de reconstruir mi pasado, sólo veo imágenes dispersas y sonidos aterciopelados por el tiempo. A misiá Elenita la distingo más, tal vez porque se dedicó tanto a cuidar personalmente de mis cicatrices. Ella misma restauraba con engrudo y papel mural de arabesco diseño, cada uno de los rasguños de las paredes. Ella mandaba reparar las balaustradas de cristal del comulgatorio de la capilla o bordaba en uno de los escaños del parque, los corderos pascuales de los manteles del altar...La querían tanto, tanto, que cuando llegaba desde la capital a pasar en mis habitaciones una temporada, la iban a buscar a la estación de trenes de Colchagua con banda de música...
Desde el campanario puedo ver la antigua estación de madera más allá del puente techado sobre el río Tinguiririca. En esos años pasaban las viejas locomotoras a carbón y de tarde en tarde, los hermosos vagones de pasajeros forrados en madera, con lamparillas de cobre y asientos de felpa roja. Los campesinos acudían a caballo a buscar a los familiares que venían de Santiago. Luego se venían en carretelas por el camino polvoriento bordeado de zarzamoras. Cuando venía misiá Elena, hacían una caravana de coches entoldados para escoltar a las visitas. Abajo se formaba una constelación de carruajes ante la verja del parque. Bajaban apresuradamente las maletas. Los muchachos entraban los baúles y todo este amplio atrio de tierra era un escenario donde bullían los inquilinos, los capataces, los administradores, los huasos con sus aperos, los talladores de estribos y los campesinos con sus ponchos y sus bonetes huicanos confeccionados en fieltro y bordados por las mujeres con los motivos del campo.
¿No era hermosa esa época? Ahora que la revivo, me parece que en ese tiempo no la valoraba. Me parecía tan natural aquella vida, que no me imaginaba siquiera un final así. Me daba la sensación que aquello iba a durar para siempre. Por eso hoy, al ver los cuartos vacíos, me acomete una impresión de desamparo...Pensar que misiá Elena viajó especialmente a España para averiguar el origen de mi estirpe. Porque de allá vinieron los Errázuriz que habitaron mis aposentos, de una generación a la otra...
Aunque mis verdaderas raíces son anteriores. Aún mucho antes de que pusieran mi primera piedra, estas praderas sembradas de espinos, pertenecían a los indios picunches. Eran hombres pacíficos y pacientes alfareros. Confeccionaban una delicada cerámica en tonos ahumados. Sabían cultivar el maíz y cantar himnos religiosos en castellano. Los sacerdotes mercedarios que venían de Trujillo, de Cáceres y de Alba de Tormes no tuvieron dificultades para enseñarles la señal de la cruz a esos indígenas que hablaban en mapudungún y que ayudaron a levantar la pequeña capillita de la hacienda fundada por doña Inés de Suárez y por su esposo, don Rodrigo de Quiroga. Nadie lo sabe, pero de esa sencilla ermita a la vera del camino, construida en adobe, teja y madera, con santos coloniales de pelo natural, queda solamente la llave de fierro de la puerta de entrada que ha resistido tres siglos y que yo guardo celosamente en una cajuela con incrustaciones de nácar en una gaveta de la sacristía.
El tiempo destruyó la capilla de la hacienda Colchagua, pero no la fe de las familias criollas que habitaron el valle en los tiempos de las procesiones con Cristos de túnicas moradas y coronas de espinas. Eran otros tiempos...Se creía fervientemente en Dios, se ayunaba y se acudía a las misiones. Diferentes españoles comenzaron a llegar de Castilla y de León. Eran los años de las familias vizcaínas, la época de los Echaurren, de los Eyzaguirre, de los Larraín y de los Ossa. Eran hombres de temple que sucedieron a la vieja aristocracia de los conquistadores...
A estas tierras de maitenes y pataguas, llegó un día don Pedro de Gregorio de Echeñique, Caballero de la Orden de Santiago, que comenzó la construcción de mis dependencias a mediados del siglo XVIII.
Desde entonces, los Echeñique perfeccionaron mi estilo. Fui desde esa época, un modelo de arquitectura rural chilena. Desde diversos pueblos campesinos, desde Manantiales y Cunaco, desde Peralillo y San Fernando, venían a contemplar mis estancias embaldosadas y mi parque con estatuas, glorietas con madreselvas y aljibes. Ahora mis dependencias se iban ampliando. Contaba con bodegas, con establos, con cocheras...con una llavería, con huertos, gallineros y corrales. Todos querían verme y acudían a visitar a los Echeñique para así poder observar bien los detalles de mis rejas de estilo andaluz y de mis sueños de ladrillo con figuras de azulejos.
En 1875, doña Gertrudis Echenique que vivía aquí - y que fue la madre de misiá Elenita - se casó con su vecino de la hacienda Los Maquis, don Federico Errázuriz Echaurren - hijo del presidente Errázuriz Zañartu - que también sería presidente de Chile en 1896. Fue entonces que, al venirse a vivir aquí don Federico, me empezaron a llamar "la hacienda de los Errázuriz". Alguien me puso "El Huique" porque entre mi arboleda, revoloteaba un pájaro nativo con ese nombre y que hoy, junto con el huemul. el pudú, el lince o el choroy, parece encontrarse menos...¡El Huique! ¡El Huique!...Así cantaba el pájaro entre las ramas de los boldos centenarios...
Dueños de toda la explanada, los Errázuriz dieron vida a los campos...y dieron lujo a las habitaciones unidas por puertas de doble hoja. A la sobriedad espartana de los cuartos severamente decorados con nazarenos y escapularios, se agregaba ahora cierto refinamiento aristocrático traído de París. Los dormitorios que antes olían a espliego, a membrillo guardado en cómodas, a incienso y a zahumerio, se embellecían con lámparas de opalina turquesa con colgantes de uvas doradas. Las cujas de fierro tenían ahora colgaduras de brocato damasquinado. El dormitorio del presidente era - y sigue siendo -magnífico con su espejo Trumeaux de luna perfectas, sus lamparitas votivas, el salivero floreado, las bomboneras, los jarrones isabelinos, las cajuelas de piel de España y el álbum de tapas de madreperla con paisajes antiguos europeos: Cannes, Montecarlo, el Hotel Negresco...Paris...
En el salón, alguien está tocando el piano. Puedo escuchar las notas claramente revolotear por mis corredores. Es la esposa de un diplomático belga que interpreta el famoso vals "Mignonette". Ahora alguien la releva. Una dama antigua de polisón y sonrisa estoica, se sienta en el taburete y ataca unas cuadrillas de don Guillermo Wetzer...Luego vienen pasacalles, mazurcas y lanceros...Varias parejas han salido a bailar sobre alfombras mullidas a la luz de los candelabros. Es de noche y al salón llega por las puertas abiertas de par en par, el perfume de los Don Diego de la Noche que se abren en el jardín. Ahora viene "El Temporal en el Cabo de Hornos", el vals brillante que más agradaba a don Federico y a misiá Elenita...
En ese tiempo ¿qué edad tenía?...sí...unos diecisiete años apenas...Está en edad de bailar "El Angel de la Caridad", el vals de Rodolfo Lucero que de dedicado a la filantrópica señora doña Juana Ross, casada con don Agustín Edwards Ossandón, que era la dueña de la hacienda Nantagua y fundadora del balneario de Pichilemu...Allí veo a misiá Elenita en el salón encristalado, haciendo figuras en medio de las parejas, frente al cuadro de la "Dama con Palmatoria"...Baila bien misiá Elena...Tiene estilo. ¿Será que le viene de cuna? Al fin y al cabo, fue bautizada en la capilla de La Moneda, siendo presidente de Chile su abuelo...Hoy, lo es su padre, don Federico...Ahí está él, en la poltrona de cuero capitoné, junto al piano alemán Herz. Es que ahora, en el momento en que las damas cierran los abanicos o los mueven sigilosamente en la penumbra del salón, Antonia de Wallerstein, amiga de misiá Gertrudis, que viene de Iquique de visita, se ha sentado a tocar "Idilio de Luciérnagas"...
Noche de mazurcas en el gran salón de El Huique....Partituras de música representando a la emperatriz Eugenia, de perfil, con moño trenzado y collar de perlas...Don Federico ha mirado a los ojos a su querida hija Elenita...¿Sabrá ella capturar esos instantes? Don Federico intuye que sí. Sabe que la niña, años más tarde, se preocupará de alhajar personalmente las salas con muebles de época y de viajar a España para investigar la historia de mis moradores... ¿No es acaso bello indagar acerca del origen de nuestras familias? ¿Pensar en nuestros antepasados?...Doña Elenita viajó al País vasco en 1918 y compró el escudo de armas de la familia Errázuriz que representa dos aves que sostienen una guirnalda... ¡y dos corazones flechados! ¿No es un símbolo de una escuela familiar en la que el amor preside cada uno de los actos desde muy antiguo?
Allí, en el valle de Batzan, en el barrio de Pertalaz del villorrio de Arizcun, estaba la vieja casa de piedra donde estableció su solar hijosdalgo don Miguel de Errázuriz, el primer antepasado varón que en 1602 casóse con doña Graciana de Orgaycena...
A misiá Elenita se le caen las lágrimas. Está emocionada ante ese descubrimiento familiar. No sólo traen a Chile el escudo de piedra que hace sacar de la casa solariega y que ahora adorna uno de mis patios, sino que también averigua la historia de los descendientes de don Miguel de Errázuriz, para ver en qué momento esa línea familiar desemboca en Chile.
Sí. Don Francisco Javier de Errázuriz y Larraín, nacido en Aranaz y pariente en línea directa de don Miguel de Errázuriz, vino a Chile en 1733 y se radicó en Santiago. Una vez aquí, se casó en la Catedral con doña María Loreto de Madariaga Lecuona y Jáuregui, rica dama santiaguina también de origen vasco. Esas son las raíces, en Chile, de la familia que por tantos años habitó mis aposentos...
Un bisnieto de este matrimonio, dijo misa en mi capilla...Fue don Crescente Errázuriz y Valdivieso, que había estudiado en el Seminario Conciliar de los Santos Angeles Custodios...Yo lo quise mucho y aún hoy, conservo colgado en uno de mis muros, un retrato al óleo del querido arzobispo dominico, cuyo padre, don Francisco Javier Errázuriz y Aldunate fue Guardia de Corps de Fernando VII.
Fue entonces que misiá Elenita, empapada de esas historias heráldicas familiares, al volver, dio a la casa todo el sabor español de mi rancia estirpe. Arregló uno de mis comedores en estilo vasco, con lámparas de pantallas de género a cuadros rojos y estampas de costumbres vizcaínas.
Una de las salas decoradas con mejor gusto es la de billar. Eran los años 20 y España estaba de moda. Era la época del pintor Julio Romero de Torres. Por todas partes se colgaron cuadros andaluces con serranas vendiendo alfajores y majos en un día de romería. Las paredes de la sala de billar, la primera al entrar a mi primer patio, está prácticamente tapizada de carteles de corridas de toros. Pocos lo notan...Sólo el visitante observador y curioso advierte que junto a la ventana, en medio de castañuelas y panderetas, tengo colgado un cartel histórico: el que se pegó en las paredes de las casas de Bayona el 23 de agosto de 1925, el día de la muerte en la arena del torero Ignacio Sánchez Mejía:
"¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena"...
En el sillón de cuero cordobés, alguien lee un libro de poemas de Federico García Lorca. En el dormitorio, una prima de misiá Elenita, ordena su colección de "santitos" antiguos con reborde de encaje...Las empleadas bruñen los candelabros y limpian con esmero el cristal de los fanales de Niños Dios sobre las cómodas. Don Tomás Contreras, el mayordomo, revisa las pesebreras. Los muchachos dejan como espejos los faroles de bronce de los birlochos. Otros barren mi capilla o reparan el púlpito con pintura dorada...
Pero... ¿qué pasa?...El tiempo es un torbellino que desordena mis pensamientos. Ahora que sobreviene la vejez, los recuerdos se tornan confusos. ¿Será que no quiero acercarme a este tiempo presente? Evado mi época desesperadamente y temo enfrentarla. No me gusta. No quiero aceptar que el río una vez se desbordó y llenó de lodo mis alfombras turcas...que carcomió de humedad mis muros de adobe y que me envejeció sin remedio...No quiero aceptar que... ¡No! Prefiero retroceder en el tiempo y volver a esa época en que el niño Federico pintó mi frontis en una bandeja y se la regaló a misiá Elenita el 18 de agosto de 1948: "A mamá, con todo el cariño de su hijo"... ¿Dónde está hoy el niño? ¿Por qué no ha venido a verme? ¿No se acuerda acaso de cuando jugaba en el patio de la ramada o cuando en las tardes de febrero se sentaba aquí, en el corredor, a mirar los animalitos de loza? Un día se fue el niño Federico y no regresó más. Al cruzar en el automóvil el puente tapado, ni siquiera se volvió para despedirse... ¡Y sin embargo, aquí fue tan feliz! Yo me quedé inmóvil, con el viento en las palmeras, hasta que lo perdí de vista. ¿Volverá el niño a verme? Dicen que hoy vive en la calle Ismael Valdés Vergara, en la capital, rodeado de objetos bellos... ¿Y cuántos años tendrá? ¿Cuántos recuerdos de sus viajes a Europa?...
Ahora vuelve una tromba por mis patios sembrados de azucenas. Misiá Elenita ha regresado de Santiago...Me parece verla más acabada, con el pelo más blanco... ¿Qué está haciendo? Se ha sentado en la cómoda-escritorio y con una impecable caligrafía se ha puesto a escribir unas diminutas cartulinas indicando la pequeña historia de cada objeto de la casa. "Este botiquín perteneció a don Diego Portales"..."En esta cama con incrustaciones de marfil durmió el Presidente José Manuel Balmaceda"..."Esta campana se salvó del incendio de la Iglesia de la Compañía el 8 de diciembre de 1863"...
Su pasión por la historia de Chile es tan grande que en un viaje a Mendoza compró la puerta por donde cruzaron por última vez los hermanos Carrera antes de ser fusilados...Hermosamente labrada en fierro, hoy se encuentra en uno de mis patios del fondo, junto a la acequia...
Misiá Elenita va y viene...Organiza la actividad en la hacienda, recibe la visita de la revista National Geographic que quiere realizar un documental filmado acerca de la vida campesina en una hacienda patronal chilena. ¡Hasta un cine instalaron en una de las bodegas! El 6 de marzo de 1949 exhibieron "Joven, viuda y estanciera" con Meche Ortiz y en la matinée femenina, "El hombre que habló demasiado" con Virginia Bruce...Aún conservo los carteles pegados en una de mis paredes...
¡Ah, sí! ¡Y las propagandas de las paqueterías de Santa Cruz! "La Femme Chic": desde el calcetín hasta el sombrero para hombres".
Pero... ¿por qué misiá Elenita viene cada vez menos? ¿Es que ha oído murmuraciones? Algunos campesinos no están conformes...Dicen que van a cambiar la manera de vivir aquí en el campo... ¿Será posible? Pensar que ella traía piezas de género desde la capital a precio de costo para enseñarles a las mujeres a confeccionar su propia ropa...Y son ellas y sus maridos los que hablan de revolución. Yo algo oí por la radio. Unas empleadas estaban en la cocina sentadas junto a una R.C.A. Víctor con expresión temerosa. En 1966 murió misiá Elenita Errázuriz de Sánchez, escuchando los rumores de una Reforma Agraria...
Ese mismo año, la hacienda fue expropiada. Quedó la reserva y algunas hectáreas. Esa noche, estaban sacando las cosas personales don Renato Sánchez, hijo de misiá Elenita, con la señora Bebé, cuando tocaron la campanilla. La portera fue a abrir y dijeron que eran unos dirigentes políticos que venían aquí a pasar el fin de semana. Por suerte no les abrieron. Pasaron a ver la capilla y se fueron en sus automóviles.
Después de eso, ha sido el abandono aquí en el campo. Vinieron las inundaciones y los terremotos y mis paredes se fueron agrietando cada vez más...Ya casi nadie viene a verme...
En 1976, los últimos herederos de El Huique, don Renatito, don Federico y doña Teresa, los tres hermanos Sánchez Errázuriz, decidieron donarlo todo al Ejército...Ya no deseaban seguir viniendo en tales circunstancias...Hoy, los fieles inquilinos custodian las habitaciones vacías ¡vestidos de soldados! ...Añoran, yo creo, el estilo de vida que se llevaba antes aquí y por eso tienen nostalgia por un viejo tiempo ido. No quieren irse...Las bodegas están vacías...En algunas, han puesto a secar semillas se girasol...No hay nadie en el patio de los hornos, no en el patio de los naranjos. Ya nadie usa la vajilla de Limoges, ni los ventiladores a hélice ni los espanta moscas a cuerda que se ponían en las mesas de los banquetes.
La mantelería de encaje de Bruselas está guardada. Hay un candado en la gran despensa donde sólo entraba misiá Elenita. La iglesia también está cerrada. A veces, viene el párroco de Palmilla a decir misa y entonces, los mismos criados de antes, ayudan. Hay uno, incluso, que hasta sabe tocar el viejo armonio...Es el que enciende una a una las velas de cera de abeja de la gran lámpara de lágrimas. Hoy, al descenderla sobre el altar para prender los cirios, ha encontrado un picaflor que ha caído muerto, enceguecido con el brillo de las cuentas de vidrio multicolor...
Sí. Me gusta detenerme en la capilla. Aquí yacen los restos de los niños Luis y José Errázuriz Vial; los de don Renato, que amó entrañablemente esta casa y que conservó las virtudes de sus antepasados; los de su hermana Teresa; y los de mamá Elenita, la última dueña de esta hacienda, que fue una mujer bondadosa y recta, humilde y fuerte, y que como sus antecesores, amó estas tierras y este palacio campestre con gran cariño, dejando el ejemplo de una vida consagrada al servicio de todos sus habitantes...
Tal vez en otros ámbitos más puros, mis queridos moradores me vean y protejan. Por eso, a pesar del olvido - y de un anacrónico televisor que alguien insensible ha encendido a todo volumen en una consola estilo Imperio - a pesar de ello y de la lluvia, a pesar del tiempo y la tristeza, yo pienso que un día voy a volver a mis raíces y que alguien, como ocurre en España con los castillos históricos, va a decidir restaurarme. Tal vez sea hermoso que en el futuro me convierta en un auténtico museo de costumbres campesinas como quería misiá Elenita, y que al pasear por mis habitaciones empapeladas como en aquellos tiempos, los chilenos sepan cómo se vivía antes en el campo.
Comprendo que se viven otros años y que hay que saber aceptar las nuevas formas de vida. Y yo, prefiero adaptarme antes que morir abandonada...No quiero el olvido. Quiero que se abran otra vez mis rejas como antes y que se reparen mis viejas heridas... ¿No hay alguien que pueda hacer algo? ¿Alguien que comprenda mi historia y ame mis secretos? ¿Alguien que se pasee con agrado entre las estatuas del parque y que desee conservarme como testimonio de tres siglos de historia de Chile? Si ese alguien existe... ¡que consiga ayuda! ¡ que venga!...Aquí, en medio de la llanura, al otro lado del río, bajo las palmas despeinadas, yo estaré aguardando...

Es una casa de grandes dimensiones, en cuya fachada existe una hermosa decoración rica en colorido y que está llena de objetos, reliquias y obras de arte que recrean a la perfección el ambiente del siglo XVIII.Entre otras cosas, allí se encuentra la campana que perteneciera a la iglesia de la Compañía de Jesús, obras de destacados pintores chilenos como Luis Strozzi y Carlos Alegría, así como una importante colección de fanales, opalinas y objetos religiosos. Finalmente, también se pueden observar fotografías y objetos personales de doña Gertrudez Echenique Mujica, hija del Presidente Federico Errázuriz Echaurren.

Museo de El Huique
En la comuna de Palmilla –camino a Pichilemu, pasado Santa Cruz- está el museo San José del Carmen de “El Huique” de propiedad del Ejército de Chile y que actualmente es un Monumento Histórico Nacional.



Nombre CASAS DE LA HACIENDA SAN JOSÉ DEL CARMEN EL HUIQUE
Ubicación Palmilla: 34º 27’ S 71º 28’ W
Las casas de la Hacienda San José del Carmen El Huique se ubican 9 kilómetros al norponiente del pueblo de Palmilla, en la provincia de Colchagua, en la Zona Central de Chile.

La zona de Colchagua, de excepcional productividad agrícola, no fue habitada ni explotada mayormente por los españoles sino hasta el siglo XVII. Ello a raíz de la escasa población indígena que albergaba, y en razón de que las tierras, si bien de gran potencial, o carecían de riego o estaban por el contrario inundadas. En 1598, el gran alzamiento indígena provocó una concentración de la población hispana en el centro del país, lo que a su vez condujo al poblamiento de la zona, y a la aplicación en ella de técnicas de riego y de cultivo que la constituyeron en la región agrícola por excelencia. Colchagua se desarrolló en base a un sistema económico cuya unidad era la hacienda, centro productivo autosuficiente en torno al cual se forjó la sociedad y la cultura de la zona central de Chile.

La Hacienda San José del Carmen El Huique tiene su origen en la de Larmague, que constituyera a comienzos del siglo XVII el conquistador Juan de Quiroga, en base a mercedes de tierra y concesiones. A mediados del siglo XVIII, el predio pasó a manos de la familia Echenique, y a fines de la misma centuria, ocurrió la primera división de la propiedad, entre dos de los integrantes del mencionado clan. En 1828, el dueño de la porción denominada “El Huique” era don Juan José Echenique y Bascuñán, quien comenzó a edificar las casas, a la par que a acrecentar la superficie de la hacienda. En 1852 edificó la bella iglesia.

La única hija de don Juan José, doña Gertrudis Echenique, heredó “El Huique” a título individual, y continuó la labor de su padre. Ella y su marido, -don Federico Errázuriz Echaurren, quien ocupó la Presidencia de la República entre 1896 y 1901-, invirtieron energías y recursos en la construcción, aumentando el número de habitaciones y mejorando su alhajamiento y comodidad. Lo propio hizo doña Elena, hija de ambos y heredera también única.

Como sucedió en general en las casas patronales chilenas, las de San José del Carmen experimentaron un crecimiento gradual, el cual respondía a las necesidades que se iban presentando. Las dependencias, con corredores, se distribuyen en torno a patios -catorce en total-. El que corresponde al sector residencial, y que sirve de acceso al conjunto, exhibe un cuidado jardín de tipo francés, y centenarias palmeras. Originalmente, los patios contaban con empedrado de huevillo, el cual se conserva hoy en el sector de acceso. Los patios interiores fueron recubiertos con pastelones de cerámica.

Domina el conjunto la magnífica iglesia de estilo neoclásico, emplazada en el lado sur, cuyo pórtico, con tres arcos de medio punto, sostiene una torre de madera de 23 metros de altura e influencias neoclásicas, que contrasta con la horizontalidad general de los recintos. Su única nave es de proporción alargada, a la cual se ha anexado un cuerpo perpendicular al presbiterio, correspondiente a la capilla de la familia. La iglesia es de una simpleza general que sólo rompe el altar, profusamente ornamentado.

Hacia el surponiente se distribuyen dependencias de servicio, en torno a patios con frutales, donde se dispusieron hornos, pozos de agua, y otros elementos de uso doméstico, que hoy es posible apreciar. Hacia el norte del recinto se yerguen hoy construcciones destinadas originalmente al bodegaje y a la realización de faenas agrícolas, las cuales son hoy propiedad de comuneros agrícolas.

En general, el conjunto está estructurado por muros de adobe en sobrecimiento de albañilería de ladrillo. Los envigados, entramados y pilares son de madera de roble, ciprés y espino; la cubierta es de teja de arcilla y los pisos de pastelón de arcilla, donde no subsiste el huevillo original.

Las casas de la hacienda El Huique reflejan con gran fidelidad la forma de vida tradicional del agro chileno, en base a la hacienda. Son, también, una extraordinaria muestra de la arquitectura rural de los albores de la República. Gracias a la preocupación de sus propietarios, cuya familia conservó por dos siglos la propiedad, a la gestión del Ejército, -que desde 1976 ha velado por la conservación y puesta en valor de los inmuebles-, y a la de los comuneros agrícolas que laboran estas tierras, este bien patrimonial puede ser apreciado por todos, en la forma de un museo de sitio.

JUSTIFICACIÓN DEL VALOR UNIVERSAL EXCEPCIONAL:
Criterios cumplidos:

Las Casas de la Hacienda San José del Carmen El Huique cumplen cabalmente con el criterio ii, iii y v para la inclusión de bienes culturales en la Lista del Patrimonio Mundial, tal como éstos son definidos en la Guía Operativa para la Implementación de la Convención del Patrimonio Mundial.

Criterio II

Los edificios que conforman este gran conjunto son la muestra más relevante que se conserva de la tipología “casas patronales” de arquitectura rural chilena. En ella se funde el aporte indígena, el ancestro musulmán y el sello hispano, para dar por resultado soluciones formales y constructivas de gran calidad, no obstante lo discreto de sus medios. Se trata de una tradición que se remonta a los inicios de la Colonia.

Criterio V

Esta forma arquitectónica, presente con variantes entre Copiapó y Concepción, se identifica fuertemente con el medio, la cultura y el tipo de habitante propio de la zona agrícola central de Chile. Se trata de una arquitectura sencilla y exenta de artificios, que se caracteriza por el aprovechamiento al máximo de los recursos naturales y por la solidez, solidez que ha sido puesta a prueba en numerosos terremotos. Es una arquitectura que es el marco de un sistema social y económico determinado, y de una cultura que tiene su origen en el mestizaje indígena-español.

Esta arquitectura, en los poblados, se tradujo en construcciones en fachada continua con corredores y patios interiores. En las haciendas, esta arquitectura dio lugar a una tipología cuyo mejor exponente es el conjunto de El Huique. Los núcleos originales de esta tipología se centran en un patio, cuadrado o rectangular, abierto generalmente hacia el frente principal; las dependencias se distribuyen en forma de U. A medida que aumentan las necesidades y los recursos, se van agregando nuevas construcciones, siempre en torno a patios. Es infaltable la capilla o iglesia, que es el edificio más alhajado y elaborado del conjunto. El material predominante es el adobe y la madera.

Criterio III

Las Casas de El Huique son un testimonio excepcional de la forma de vida propia de la hacienda chilena, y como tal, de la cultura agrícola tradicional de la zona central de Chile.

Garantías de autenticidad e integridad:
Las casas de El Huique se han conservado adecuadamente gracias a los cuidados de sus propietarios tradicionales, y a los de los actuales dueños, el Ejército de Chile -casa patronal- y los comuneros agrícolas. Por otra parte, la autoridad local ha otorgado un gran apoyo a la puesta en valor de este bien.

Las casas fueron declaradas monumento nacional en la categoría de monumento histórico por el Decreto Supremo Nº2412 del 6 de octubre de 1971. Recientemente, por Decreto Exento Nº488, del 29 de agosto de 1996, se estableció una Zona Típica para resguardar el entorno del monumento. En el área protegida no se pueden realizar intervenciones sin la autorización del Consejo.

Comparación con otras propiedades similares:
En Chile Central existen otras casas patronales que caracterizan la vida de la hacienda, pero la del Huique es la que conserva la mayor proporción de dependencias, en el mejor estado de conservación. Por otra parte, las casas conservan su alhajamiento y enseres.





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